La seguridad climática desde una perspectiva de equidad: un informe de políticas para instituciones financieras de desarrollo
- Jennifer Obado Joel
- 9 jul
- 4 Min. de lectura
Introducción
Las instituciones financieras de desarrollo (IFD) se encuentran en una posición privilegiada para definir las respuestas climáticas en las economías emergentes. Sin embargo, los mecanismos actuales de financiación climática suelen pasar por alto cómo la desigualdad amplifica los riesgos de seguridad, generando consecuencias imprevistas que socavan tanto los objetivos de desarrollo como la estabilidad regional. Este informe presenta evidencia de que las intervenciones climáticas que no abordan las desigualdades subyacentes pueden exacerbar las tensiones sociales, el desplazamiento y los conflictos, especialmente en las regiones donde las IFD concentran sus carteras. Recomendamos evaluaciones obligatorias de equidad, una programación sensible a los conflictos y procesos de diseño participativo como componentes esenciales de la financiación climática para garantizar que las inversiones fortalezcan a las comunidades vulnerables, en lugar de desestabilizarlas.
El nexo entre seguridad, clima y desigualdad
El cambio climático actúa como un multiplicador de amenazas, pero este factor depende críticamente de las desigualdades preexistentes. Un análisis reciente del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo demuestra que los riesgos de seguridad relacionados con el clima alcanzan su punto máximo donde la capacidad de gobernanza es débil y las desigualdades sociales son pronunciadas (SIPRI, 2022). En el Sahel, por ejemplo, la variabilidad climática por sí sola no impulsa el conflicto; más bien, la gobernanza excluyente de los recursos, combinada con el estrés ambiental, crea condiciones para la violencia (Benjaminsen et al., 2012). Los proyectos climáticos financiados por instituciones financieras internacionales (DFI) que no tienen en cuenta estas dinámicas corren el riesgo de convertirse en parte del problema. Las iniciativas de conservación forestal financiadas sin garantizar los derechos territoriales indígenas han desencadenado desalojos violentos en América Latina y África Central. Los programas de resiliencia climática urbana que priorizan la infraestructura formal y descuidan los asentamientos informales han desplazado a poblaciones vulnerables en Lagos, Nairobi y São Paulo, empujándolas a zonas más peligrosas (Dodman et al., 2017). Estos resultados no solo representan fracasos del desarrollo, sino que también generan agravios que alimentan la inestabilidad. Cuando el financiamiento climático profundiza la marginación existente, se transforma de una herramienta de resiliencia en un factor de fragilidad.
Implicaciones operativas para el financiamiento climático
La intersección de la vulnerabilidad climática y la desigualdad social exige cambios fundamentales en la forma en que las IFD estructuran e implementan las inversiones climáticas. En primer lugar, las evaluaciones de impacto en la equidad deben convertirse en componentes obligatorios del diseño de proyectos, yendo más allá de las salvaguardas ambientales y sociales para analizar activamente los efectos distributivos en función del género, la etnia y las líneas socioeconómicas. La experiencia europea ofrece lecciones de advertencia: las comunidades romaníes se enfrentan a riesgos ambientales desproporcionados debido a la segregación residencial; sin embargo, los fondos climáticos de la UE rara vez se centran en estas disparidades, lo que erosiona la confianza y la cohesión social (FRA, 2016). En segundo lugar, los enfoques sensibles a los conflictos deben integrarse en todo el ciclo del proyecto. Esto requiere comprender las dinámicas de poder locales, los patrones de competencia por los recursos y los agravios históricos antes de diseñar las intervenciones. En tercer lugar, la participación significativa —y no la mera consulta— de las comunidades afectadas debe moldear el diseño de los proyectos. Los grupos indígenas, las organizaciones de mujeres y los representantes del sector informal poseen conocimientos cruciales sobre las vulnerabilidades climáticas y las estrategias de adaptación que las evaluaciones técnicas a menudo pasan por alto. Su exclusión de la toma de decisiones no solo reduce la eficacia del proyecto, sino que puede generar resistencia que se manifiesta en desafíos de seguridad. En cuarto lugar, las inversiones deben priorizar el desarrollo de resiliencia localizada que aborde simultáneamente las vulnerabilidades climáticas y socioeconómicas. Esto implica apoyar la adaptación de la economía informal, fortalecer los sistemas tradicionales de gestión de recursos y garantizar que los beneficios climáticos lleguen a las poblaciones marginadas.
Recomendaciones estratégicas y vía de implementación
Las IFD deben adoptar un enfoque de tres fases para integrar consideraciones de equidad en la programación de seguridad climática. La primera fase implica la revisión de los criterios de inversión para incluir indicadores explícitos de equidad y sensibilidad a los conflictos, y la calificación de los proyectos según su potencial para reducir la desigualdad, así como las emisiones. Esto incluye el desarrollo de herramientas estandarizadas para evaluar las vulnerabilidades climáticas diferenciales y el establecimiento de umbrales mínimos para la participación de grupos marginados en la gobernanza de los proyectos. La segunda fase requiere el desarrollo de la capacidad institucional mediante alianzas con organizaciones locales de la sociedad civil que comprendan la dinámica comunitaria y puedan facilitar una participación genuina. Las IFD deben destinar entre el 10 % y el 15 % de sus presupuestos de financiación climática al fortalecimiento de la capacidad institucional local para una acción climática equitativa. La tercera fase se centra en la creación de mecanismos de rendición de cuentas, incluyendo procedimientos independientes de reclamación accesibles para las comunidades marginadas y evaluaciones periódicas de terceros sobre los impactos distributivos. La implementación debe comenzar con programas piloto en contextos de alto riesgo —como el Sahel, el Corredor Seco de Centroamérica y los asentamientos urbanos informales— donde el estrés climático y la desigualdad se entrecruzan de forma más aguda. Las métricas de éxito deben ir más allá de las métricas de carbono para incluir la reducción de la desigualdad, los indicadores de cohesión social y los resultados de prevención de conflictos. Al priorizar la equidad en la financiación climática, las IFD pueden transformar sus carteras, de posibles fuentes de inestabilidad, en auténticos instrumentos de paz y resiliencia sostenibles. La disyuntiva es clara: o la financiación climática aborda explícitamente la desigualdad, o corre el riesgo de convertirse en otro factor de la misma inestabilidad que busca prevenir.

Referencias
Benjaminsen, TA, Alinon, K., Buhaug, H. y Buseth, JT (2012). ¿Impulsa el cambio climático los conflictos por el uso del suelo en el Sahel? Journal of Peace Research , 49(1), 97–111. https://doi.org/10.1177/0022343311427343
Dodman, D., Leck, H., Rusca, M. y Colenbrander, S. (2017). Urbanización y urbanismo en África: Implicaciones para la acumulación y reducción del riesgo. Revista Internacional de Reducción del Riesgo de Desastres , 26, 7-15. https://doi.org/10.1016/j.ijdrr.2017.06.029
Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea. (2016). Segunda encuesta de la Unión Europea sobre minorías y discriminación: población romaní . https://fra.europa.eu/en/publication/2016/eumidis-ii-roma-selected-findings
Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (2022). Entorno de paz: Seguridad en una nueva era de riesgo . https://www.sipri.org/research/peace-and-development/environment-peace
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (2020). Seguridad climática: Desafíos y oportunidades . https://www.undp.org/publications/climate-security
Comments